Quiero poner el nombre de mi
padre en la boca de un oso
para que nade entre los
salmones que duermen
lejos de sus crías desovadas
en el tiempo
donde el río corre solo de ida
donde el hambre se devora sus
casas nómades
donde el sonido misterioso
hace ecos
hasta el fondo
fondo
fondo de la tierra que carga el
agua dulce
del deshielo
y para cuando se lo consuman
todos los jugos digestivos y
quede
d e l i n e a d o por su esqueleto de letras
cursivas
y un eructo animal lo disuelva
en moléculas
que mueren y sobre-viven en la
brisa curvilínea
que guía las horas opuestas al
sol,
yo estaré tranquila.
Pero en montevideo no hay
montañas ni cazadores
ni salmones nadando por los
caños de la ose
ni huevos trasparentes rodando
por las avenidas
ni parlantes que amplifiquen
el silencio de algún bosque.
El sol: apenas un vestigio
en las sombrías diagonales
allí, en las bocas de lobos
adictos
donde se desechan los
apellidos mal dictados.
No quiero que duerma en la
calle, mal hablado
arrojado en el vómito de las
palomas con aliento a nicotina
esquivado
por trashumantes de otros
idiomas
donde las casas nómades se
devoran el hambre
donde el misterio corre solo
de ida.
Quiero poner el nombre de mi
padre a salvo
apartado
de los almuerzos de fechas
vencidas.
Quiero evitar que confesando
su última palabra
me lleve, con él, a la mía.
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