Nunca me ha tocado
la ventana que da a la calle.
Siempre miraba montoneras de azoteas
o patios internamente silenciosos.
Pero en esta ventana soy vista
pasearme inconclusa por el vidrio de dos metros,
con las piernas al descubierto helado,
con los pelos erizados; vista,
no mirada,
pero el paseo de los urbanos
me deja en evidencia;
me veo pensando en lo que estoy pensando a escondidas,
clavando la mirada al aire,
mirando como duerme, blanquísima.

Tengo la boca cerrada sin palabras adentro,
tengo un sabor agrio y pastoso repitiéndose
y tengo hambre
pero todo lo que puedo comer sabe a alcohol evaporado
concentrado en las esquinas del cuarto;
y tengo hambre al infinito
pero los que están afuera no saben que estoy adentro,
no saben que estoy tan adentro
ni que me tiembla un apagón en los intestinos
ni que si salgo no es "hasta mañana",
es "hasta que" y un espacio en blanco
-larguísimo y blanco-.

¿Por qué de repente todo lo es blanco
si esto es un chiquero sobrio y amarillo?
Yo también quiero ser blanco
o estar en blanco hoy,
que me miren y vean
unos ojos que no balbucean de nada;
que me vean y miren
y que no me asuste estar también 
del otro lado del vidrio, reseteada.
Yo también quiero ser blanco
al menos hasta que sea "mañana". 

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