Ol(v)ivo


 No sé cuándo voy a arrancar a caminar más liviano,
sin la sobremesa a cuestas,
sin el idioma parafraseado,
con la lentitud de los domingos,
de la paciencia bruta de la marea a las seis de la mañana,
dándole a los músculos que contornean las plantas de los pies un respiro,
una vereda de baldosas de goma eva,
un tate quieto, silencioso, entre los valles donde se encuentran los dedos,
donde se tensa la nuca y las proyecciones desmedidas:

las casas que moldeare a mi propia escala
los atriles que adornaran mis letras,
los cascos que no dejarán que se me escape la cabeza
por las plazas que se guarden regadas,
por los salones para los mal dotados de furia,
por las agujas  cosiendo los labios bermejos,
por la entrepierna fría de un micrófono abierto.

Hoy me llevo puesta toda la maleza
que cerca estrecha la cadena de aire
y respiro apretando las palmas hinchadas
que sostienen apenas una gota de lluvia
a punto de caer en mi charco-espejo,
en mi vidrio invertido de claraboya.

Todos los días busco deshojarme y partir
en corrientes divergentes y verdes.
Todos los días tiendo a la muerte y busco

ese lugar dónde se me olvida quererla.

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