Cuando en la calle corren los zapatos desacordonados
y los autos rebotan en las calles empedradas
y las pestañas vibran solas en un diálogo repetitivo
y cacarean en los cuarteles las botas de uniformes implacables
y los papeles numerados huelen a complot bizcacho
y el 105 ladra bocinazos a los gurises saliendo de la escuela,
la marea sube.

Cuando cargan los estuches de guitarras por 18 de julio

y se tocan temas de Denis Elias con tres cuerdas
y la moneda de 2 pesos rueda hasta el fondo del bondi
y alguien se queja que hace frío con guantes en las manos
y los afiches de Jorge Nasser tapan una foto de Natalia Oreiro
y en la radio pasan subrayado última hora,
la marea sube.

Cuando se queman montones de hojas de la última otoñada

y ancap anuncia la suba del precio del combustible
y se sacan fotos de un accidente en la ruta once
y amenazan derramarse dos mil toneladas de aceite en el océano atlántico
y los pulmones languidecen aspirando un desierto verde
y un masculino ya identificado por la policía incendia su casa,
la marea sube.

Cuando el calentamiento global es el infarto de un niño recién nacido,

el aborto a un útero artificialmente inseminado,
un feto prematuro que aspira esmog a su primera bocanada,
un suelo ácido, nulo, nulo,

la marea embravecida sube.

No viene a regar los campos
ni nuestras manos, ni nuestras uñas llenas de mierda,
ni LA promesa, ni las disculpas anacrónicas.

Viene a extender los humedales

hasta que en su vientre floten todos los escombros de este caos,
hasta que la superficie se hunda
y la tierra toda, toda, todo se licue. 

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