Camino de las mariposas muertas

Extraño desorbitarme por el dolor
de sentirte viva en mi pecho
mientras cruda en mi costado ausente.
¿Dónde está ese sufrimiento que me espera,
que vibra por hacerse flor oscura
en cualquier noche desconfortante,
para acogotarme como dos gallos
que se destripan en su riña
y dejan trémulo el sudor
de los que apuestan todo por verlos morir?

Donde sea sitio, está 
mi deseo de sentir al menos eso:
perro plañidero, cojo,
que pide socorro a la luna
que lo mira inflexible
sin ceder al desconsuelo pálido
de sus ojos rendidos.

¡No te has muerto, Pena!
Te he visto huir y volver triunfante
un centenar de veces.
Resiste imperecedero el callizo
que lleva a tus subterráneos besos,
hacia el que adentro mis pies
buscando el barro húmedo y fértil,
-del que solo es posible dar a luz
mariposas negras- entretanto 
voy descolgando los harapajes de la dicha,
inocua e insensible,
ya sin manos que alcancen hacerme temblar,
correr en círculos por el oscuro pozo de mi estómago
con las brujas negras revoloteando
como en un rito arcaico, tétrico…
Y en un chasquido, cayendo marchitas,
de un soplo liquidadas.

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