El color de la nada


La copa vacía, llena de aire.
Bebo de su incesante contradicción
y siento…
No, no siento: entiendo
de qué se trata estar solo.               

Dioses grises, neutros,
revuelven la olla
colmada de tibios
encuentros, telarañas,
lamentos,
hasta obtener
un sentimiento homogéneo,
gris, quieto.

Pero esa esencia,
meca del ilustre genio,
les es inesperadamente triste
y lloran
sobre su ansiada mezcla,
destiñendo
del tapiz gris
colores propios
del jugoso pecho.

Dioses taciturnos, abatidos,
revuelven la olla
colmada de sí mismos
hasta obtenerse uniformes,
anodinamente idénticos.

Y ya no lloran
Tristes,
Sino que untan
A la perfecta mezcla
lagrimas grises
del entendimiento.






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