Oídos, manos y pies

Agáchense todos una vez, aunque sea hoy, tal vez, a mirar por el cerrojo. Rearmen sus ojos de esa luz que por allí se escapa; no teman. Prepárense a reconquistar los escombros sueltos y lleven consigo oídos, manos y pies. Ellas les cederán sus huellas y cada uno tendrá la conveniencia de, por primera vez, ser invisible. Sí, ocultos entre la muchedumbre. ¡Corran! ¡Griten!  Actúen sin desasosiego, total, no son vistos. ¿Lo creen? Créanse envidiados por su infortunio vigoroso pues nadie en su lugar lo fue. ¡Libérense! !Exteriorícense! Parecen sentirse fatuos y superiores ¿Así lo es? Sugiere ser que nadie los oye y se les susurra no ser los primeros en vivirlo. Pero sin sobresalto vuelvan a expresarse y esta vez con el más delicado rencor. ¡Dibujen sus virtudes! ¡Propáguense! No se sientan oprimidos por ese raso que los separa de lo real. ¡Reclamen! Imploren una puerta de regreso. ¿Funciona? Creo ver sus caras de desolación; solo yo las veo. Creyeron ser vanidosos pero les ganó su propia calumnia. Ahora ellas los aconsejan de caricias y les piden, por lo sufrido, que si alguna vez apareta llamarles una lágrima acojan sus palabras, palpiten su auxilio y den un paso al lado para deambular junto a ella. Es momento de allanar la avenida; figuren y tomen papel en esta obra, aún tienen oídos, manos y pies. 

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